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Valerios de Redondo, una foto coloreada del campesinado icodense

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Tomás Servando González González

Con estas notas pretendo describir quiénes fueron y cómo vivieron los «Valerios de Redondo», provenientes de La Marzola, en Icod de los Vinos. Y lo hago, a partir de fuentes orales, de familiares que ya no están con nosotros y de los datos y anécdotas que se han ido vertiendo en un grupo de whatsapp familiar al cual pertenezco. ¡Muchas gracias a todas y a todos por compartirlos!

Hay que empezar por la gran matriarca valeria, «María del Socorro Pérez Martín», nacida en 1844, que viviendo todavía soltera en Redondo instaló en la casa de sus padres un telar, para hacer «mantas traperas» cosidas con hilos de la lana que sacaba de unas ovejas que criaba. Un hermano mayor suyo emigró a Cuba, donde resultó agraciado en la lotería y, cuando regresó, invirtió el dinero en la compra de La Marzola e invitó a su hermana a ir de medianera. La oferta coincidió con su noviazgo con «José González Luis», cuyo lugar de nacimiento no está claro, pero sí que estuvo trabajando con su hermano Domingo en una hacienda de la zona de La Mancha, propiedad de un tal «Valerio», por lo que terminaron apodándolos «valerios». Domingo se quedó en la costa, pero José, tras casarse con María, se fueron a La Marzola, donde criaron a sus cinco hijos valerios: Salvador, Victoria, Domingo, María y José.

Una hija de su hermana Bárbara, casada con Agustín González Martín, «Angustias González Pérez», se casará con su primo valerio «Domingo» y se establecerán en Redondo, en el caserío colindante al solar donde se construirán la plaza y la ermita, formando la rama valeria más prolífica de las tres, aportando hasta la sexta generación 79 descendientes más que los valerios marzoleños.

Aclaro la numeración de las generaciones. María y José, Bárbara y Agustín son la «segunda generación», aunque fuera la primera en la que se originó el mote que le cayó a José, pues los referidos testimonios orales llegan hasta sus padres, la «primera generación» -los «tatarabuelos» del que suscribe, un valerio redondeño de la quinta generación-: Felipe Pérez Gordillo y Antonia Martín Rosquete, también de Redondo.

Los tres varones marzoleños de la «tercera generación» -Salvador, Domingo y José-, para iniciar una relación matrimonial, a principios del siglo XX, se vieron obligados a emigrar a las haciendas azucareras de Cuba, lo cual les reportaría otro mote menos utilizado:  «indianos» y/o «cubanos». El más pequeño, José, apodado allí «el isleño descalzo», terminó quedándose a su regreso en las casas de La Marzola, por aceptar los cuidados de sus padres y de sus dos tías paternas solteras, en las cuales educó a los 8 hijos que tuvo con «Juana León Rosquete» (José Victoriano, Cirilo Eustaquio, Carmen Basilisa, Juan Ramón, Isabel Regina, Pedro Telmo, Juliana Candelaria y Miguel Liberato), mientras que Salvador y Domingo prefirieron buscar esposas en el lugar de nacimiento de su madre, Redondo.

Domingo fue el primero en casarse (1901) con su prima Angustias y tuvieron 8 hijos: José «Pepe», Domingo Fructuoso «Fruto», Eustaquia, Cristóbal, María Pía, Fidencio, Sixto y Donato.

Salvador se casó muy mayor (39 años) con Mª Camila Martín Pérez y se fueron a vivir alejados del caserío, en el Llano de la Peña. Su prole fue la más corta de los tres hermanos: Hilaria, María Marciala (soltera) y José María «Joselillo». Emigró a Cuba en tres ocasiones: antes de 1907, de soltero; entre los nacimientos de sus dos primeras hijas (1908-1913), momento en el que probablemente coincidió con Domingo y José; y, durante la I Guerra Mundial, después del embarazo/nacimiento de Joselillo, pues hay documentación de 1916 apoderando a Camila, para la compra de los terrenos contiguos a la casa de sus padres. Cuando retornó (con 51 años) quiso tener otro hijo y nació Adoración, que moriría a los 9 meses, no sin antes llevarse por delante a su débil y joven madre (33 años). Salvador no se pudo recuperar de la depresión en los 18 años que sobrevivió.

Ese lugar aislado en medio del pinar que era Redondo tenía muchas carencias, pero la angustia diaria que implicaba el cultivo de secano en las 4 estaciones, más la poda y cuidado de frutales y viña, el acarreo de leña y pinocha, la confección de carbón… no les dejaba tiempo para quejarse o pensar, solo escasos momentos libres para ayudar a sus parientes marzoleños y vecinos redondeños y, por supuesto, para hacer la peregrinación dominical y en fiestas de guardar a la parroquia de San Marcos y cumplir con el primer mandamiento de la santa madre Iglesia. Diariamente, al terminar la rutinaria jornada, después de cenar, no se podían olvidar de «pasar el rosario» y, los más jóvenes, de aplicarse en las tareas de lectoescritura y cuentas (todos, hombres y mujeres, aprendieron a leer y escribir).

Este ambiente les empujó a que algunos como Sixto, Fidencio y José María siguieran practicando los comportamientos endogámicos que habían visto en los mayores y que la Iglesia aprobaba. La familia lo era todo para ellos, funcionando en la práctica como un «matriarcado», siempre y cuando el padre de familia tuviera la última palabra.

No obstante, antes de la Guerra Civil, hubo dos valerios del lugar que empezaron a buscar otros horizontes:

– Domingo Fructuoso «Fruto», que puso rumbo hacia la finca de platanera «Los Alcaravanes», del Marqués de Celada, en la zona de Buen Paso-Santo Domingo-San Juan de la Rambla, tras conocer y casarse con una joven de 15 años, Fermina Báez Estévez, sirviendo de referente a otros familiares, sobre todo a su primo marzoleño José Victoriano. En los escasos 22 años que le dejó vivir la platanera asesina creó una familia numerosa de cuatro hijos y cinco hijas.

– Y el joven Joselillo, hijo menor de Salvador, que haría causa común con el marido viudo de su prima Eustaquia, Gregorio Pérez Delgado y, entre los dos, protagonizaron el primer éxodo rural a la capital de la isla. Este había nacido en Los Piquetes, pero después de conseguir el consentimiento de Eustaquia (1930) frente a José Victoriano, se fue a vivir a Redondo con sus suegros y el resto de hermanos solteros de ella: Cristóbal, María Pía, Fidencio, Sixto y Donato. El nuevo matrimonio tuvo tres hijos muy seguidos (Generoso, Argelia y Clemente), pero Eustaquia murió en agosto de 1934, a consecuencia del parto de Clemente. Al poco tiempo de este duro golpe que desquició a su madre Angustias, Joselillo y Gregorio se asociaron, para llevar y vender papas y ciruelas en la Recova Vieja de Santa Cruz. Como les fue tan bien, terminaron montando una tienda en la calle Prosperidad nº 13 del barrio Salamanca, llevándose con ellos a Fidencio (19 años), a Dionisio (13-14 años), primo de Joselillo y a un tal Juan Manduca, de la zona de los Dos Caminos. En esta situación, Gregorio prefirió repartir sus hijos entre los familiares a ingresarlos en la Casa Cuna: Generoso siguió con la abuela materna, Argelia se fue con sus tíos por partida doble, María Pía y Lorenzo «Ramírez» Pérez Delgado, y de Clemente se hizo cargo su abuela paterna, Francisca Delgado, que lo sacó adelante con «sopas de galletas tamaran».

Durante la Guerra Civil, Cristóbal, Joselillo, Fidencio, Sixto y Donato serán movilizados por el bando nacional: el primero, como reservista; Joselillo y Fidencio, con sus propias quintas; y Sixto y Donato, por el llamamiento adelantado de sus reemplazos en 1938. Sin embargo, solo estuvieron en los frentes peninsulares los tres primeros, pues Cristóbal se ofreció en dos ocasiones para liberar a los dos hermanos más jóvenes, aunque Donato permaneció acuartelado durante 7 años.

Ganaron la guerra y se sintieron muy orgullosos de ello, pero el único pago que recibieron fue el cumplimiento de la promesa de su madre: la «matanza de un cochino» por haber regresado todos vivos. Las hambres apretaban más que nunca y las cartillas de racionamiento, que se pusieron en vigor en mayo del 39, no fueron efectivas en medio del pinar. Había que retomar sin rechistar la agricultura de subsistencia en las tierras que habían comprado sus padres con las remesas de la emigración a Cuba y ponerse a cumplir, con mucho celo, el precepto bíblico de «creced y multiplicaos» en una nueva España bendecida por Dios y sus representantes terrenales.

Sixto se casó al día siguiente de cumplir los 20 años -justo tres días antes de terminar la guerra- con su prima Carmen Basilisa, cinco años mayor que él, para evitar futuras movilizaciones, quedándose además al cuidado de sus padres y su sobrino Generoso.

Cristóbal y Fidencio esperaron un año para formalizar sus noviazgos. Se casaron en mayo de 1940. Primero Cristóbal, con Margarita González Martín, la hija mayor de Juan y Amalia -la hermana de la difunta Camila- y se fueron a vivir a la casa de sus suegros en el Llano de La Peña, donde nacieron los dos primeros hijos (Gabriel y Angustias), mudándose después como medianeros a la finca aledaña que heredaron los hijos de Salvador, donde nacieron dos hijos más, Domingo y Celsa María.

Y Fidencio, 17 días después, con su prima Isabel Regina. La falta de trabajo en la tienda de su primo y de su excuñado en Santa Cruz, por el sistema de racionamiento, le condenó también a comer tierra. No al lado de sus padres, sino en «las casas de La Marzola», donde aparte de con su mujer tendría que convivir, en una situación casi de hacinamiento, con sus suegros, dos tías solteras, cuatro cuñados y una cuñada. Los hijos vinieron rápido, los tres primeros en los seis primeros años del hambre: Nicéforo, Eufrasia y «Sángeles». De manera que, en el último año de la década, seguía habiendo aún 10 convivientes.

Las visitas a La Marzola -sobre todo para «empascuar»– de los primeros que abandonaron el lugar por casamiento con mujeres de la costa dejaban noticias de «la prosperidad que vivían»: la platanera de la Marquesa de Villafuerte (Juan Ramón) y los policultivos de las fincas de la Señora de Boquín -la viuda doña Elisabeth Voituriez- (Cirilo Eustaquio) y de la de don Antonio H. Pérez, en la «Hoya Nadía» (José Victoriano), que estaba cerca de las plataneras del Marqués de Celada, donde se consumía poco a poco el músico y poeta de décimas cubanas, el valerio redondeño Domingo Fructuoso.

Paralelamente, en Santa Cruz, el negocio de la tienda de Gregorio y Joselillo iba de mal en peor, por el sistema de racionamiento comentado y porque cada vez había más bocas que alimentar. Dos meses antes de la muerte de Salvador, en febrero de 1941, Gregorio se casó en segundas nupcias con Hilaria, la hermana mayor de Joselillo, y reagrupó a su anterior familia en el nuevo hogar: su madre Francisca y los tres hijos de Eustaquia, a los que se unirían dos hermanos más del nuevo matrimonio: Raimundo y Luis. Los mayores, Generoso y Argelia, empezaron a colaborar en las tareas del negocio, mientras Clemente ingresaba en las Escuelas Pías, donde descubrió su vocación sacerdotal.

El redondeño Fidencio, cada vez más harto de la inhóspita Marzola, no centró su atención en las oportunidades que le contaban sus cañados de la costa icodense, sino más allá del mar… cuando su amigo el veguero Francisco León Luis «el Canelo» empezó a hablarle de las oportunidades de trabajo/negocio que se estaban creando en Caracas con el boom petrolífero. Entre los dos decidieron emigrar y montar allí una sociedad de venta de productos agrícolas, de lo que ellos entendían bastante, y de lo que él ya tenía experiencia de la tienda de Santa Cruz. El Canelo se adelantó en el viaje -no sé en qué tipo de embarcación y cuándo- y lo reclamó. Fidencio no esperó a que naciera su cuarto hijo (Jesús Manuel) y viajó solo, en febrero de 1950, en el «primer barco con emigrantes legales bajo la Dictadura», pues hasta el año anterior solo había habido travesías de embarcaciones clandestinas, mayoritariamente de represaliados del franquismo. Montaron una frutería sin nombre en la planta baja del nº 30 de la avenida Monte Piedad, acondicionando como vivienda las dos plantas de la parte alta.

A partir de ese momento, empezó a formarse la colonia de valerios redondeños emigrantes, en torno al negocio de Monte Piedad, mezclándose la cuarta y quinta generaciones, pues entre los que emigraron apenas había diferencia de edad. Ese verano llegó su sobrino Bernardo -el segundo hijo de Pepe-, al que contrataron como empleado. Y, en noviembre, Joselillo (con 35 años) y el joven Generoso (con 19) dejaron la tienda chicharrera y se plantaron también en Caracas. Joselillo, con sus ahorros, le compró al Canelo su parte del negocio y se quedó en sociedad con Fidencio, mientras que Generoso entró como empleado de un mayorista estadounidense, pero al año terminó incorporándose a la frutería como socio, que bautizaron como «Abastos los Isleños», tras reestructurarla introduciendo otros alimentos no perecederos.

«Dionisio» (con 30 años) también dejó Santa Cruz y, con el consentimiento de su novia Juanita, cruzó el charco de la esperanza, encontrando trabajo en esta primera ocasión en una pensión. Finalmente, Gregorio cerró la tienda y terminó en Caracas reclamado por su hijo Generoso.

El liderazgo de Joselillo para atraer y organizar a sus sobrinos segundos de Buen Paso es digno de destacar. El primero en llegar a Caracas sería Silvestre «Siro», dos meses después, dejando a su padre postrado en la cama, al que no volvió a ver. Él, a su vez, se encargó de reclamar a sus tres hermanos -«Antonino», «Yayo» y «Juan»-, para evitarles la esclavitud de la platanera y la obligatoriedad del servicio militar, e incluso procuró que el aún soltero Joselillo, a través de las fotos familiares que llevaba, se fijara en su hermana «Carmen Inés». Tras romperse el noviazgo epistolar de esta con su primo Bernardo, el flechazo inicial podía materializarse, así que viajó a Tenerife para conocerla (1955) y terminaron casándose a los pocos meses.

Al año siguiente regresaba la nueva pareja a Venezuela, en compañía de su primo Dionisio, que acababa de casarse también con la novia que le había estado esperando tres años. En su segunda estancia en Venezuela, Dionisio y Juanita montaron un restaurante en el nº 349 de la Avenida de Sucre (Catia-DF) que, cuando retornaron a Santa Cruz cinco años más tarde, traspasaron a su sobrino Gabriel, el primogénito de Cristóbal, el cual empezó entonces un «noviazgo epistolar» con su prima Eufrasia, hija de Fidencio, que concluyó en una «boda por poderes» en febrero de 1964.

Sin embargo, la historia de «amor epistolar» más grande (ocho años) la había protagonizado ya Generoso con Adelina Báez, nada más llegar (1951) su primo Antonino a Caracas y enseñarle el álbum familiar. Solo la conoció en una ocasión antes de casarse, en el viaje que hizo acompañando a su padre Gregorio a Tenerife, para ser intervenido por un cáncer de garganta. Dos años más tarde (1959) volvería para casarse, la primera boda que oficiaba su hermano Clemente recién ordenado sacerdote.

Exceptuando a Fidencio, Donato, Sixto y Gregorio, que habían emigrado ya casados y con hijos, el resto viajaron solteros, de los cuales todos menos Silvestre y Luis -el hijo pequeño de Hilaria y Gregorio-, permanecieron fieles a la tradición de buscar novia en el ámbito próximo de la familia canaria, realizar un viaje para la boda y regresar con sus esposas, o utilizar la práctica eclesiástica del matrimonio por poderes -Gabriel con su prima Eufrasia y Antonino con la jovencísima Quirina- que salía más barata, pues en ese caso solo tenía que viajar la esposa después de casarse.

Rompió esta regla Felicitas, la hija de María Pía y Ramírez, que se casó en la ermita de Redondo con el redondeño Daniel, pero no lo acompañó en sus varios viajes a Caracas. Sí lo hizo Marcolina, la hija de Sixto y Carmen, que junto a su marido Guillermo -el benjamín de su tío Pepe- trabajaron en la casa de un director de periódico, donde tuvieron la oportunidad de conocer a Pablo Neruda. Raimundo «Mundo», el hijo mayor de Hilaria y Gregorio, fue también una excepción, pues conoció a su esposa pamplonesa (María del Carmen) a través de una agencia matrimonial. Solo hubo dos casos de matrimonio con nativas: Luis, hermano de Mundo y Gregorio «Goyo», el hermano pequeño de Felicitas.

Las actividades económicas de esta colonia emigrante valeria giraron siempre en torno a pequeñas empresas familiares de alimentación y restauración, siendo la original la comentada «Abastos los Isleños», creada por el Canelo y Fidencio. Hay que destacar el carácter inquieto y emprendedor de Generoso, que después de independizarse con otra frutería en sociedad en Lomas de Urdaneta (Catia), donde dio trabajo a su padre y a su hermano Mundo, terminó vendiendo su parte al socio  y comprando una parada de taxi. A los seis meses vendió el taxi y se presentó en Icod para casarse con Adelina y, tras su regreso con ella y su suegra, se dedicó un par de años a repartir tabaco y otros productos por tiendas. Pero, al final, terminó montando (1962) la arepera «Tostadas España», en el Bulevar-Avenida de España, con su hermano Mundo y otro socio, el cual les terminó vendiendo su parte. En sus mejores momentos llegó a tener más de 20 trabajadores.

En todos los miembros de la colonia emigrante -salvo en el caso de Luis (hermano de Mundo)- siempre estuvo presente la idea de retorno, aunque algunos miembros de la sexta generación valeria, nacidos durante la emigración, iniciaron en Venezuela su primera escolarización: Juan José y Sergio, hijos de Dionisio; Mary y Gladys, hijas de Joselillo y Carmen; quizás también el hijo mayor de Silvestre, Jesús; el otro Jesús, el hijo de Generoso, que haría también carrera sacerdotal en Tenerife como su tío Clemente; los hermanos Elena, Javier y David, hijos de Raimundo; y los dos hijos de Luis, que terminaron con su madre en EE.UU.

Si Fidencio fue el primer valerio en emprender la aventura migratoria venezolana, también fue el primero en retornar, en febrero de 1954 (llevaba cuatro años exactos), pero seis meses antes ya había tomado la decisión de vender su parte a sus dos socios y volver con su familia, a seguir haciendo lo que más sabía hacer, cultivar el campo de secano, esta vez en su lugar de nacimiento, Redondo. Antes de llegar pasó a saludar y descansar, en la finca de «El Cardonal» de Felipe Pérez, a su hermano Cristóbal, que llevaba allí de medianero desde hacía casi tres años, tras abandonar los terrenos del Llano de la Peña y Correderas de Arriba, que Fidencio había aceptado como pago de Joselillo. Desde El Cardonal subió toda la carga en la yegua de su cuñado Ramírez y la mula de Luciano Marcelo. Sus familiares memorizaron y repetían esta frase suya cuando llegó a la casa: «por fin doy gracias por tener una chaqueta y mil gracias más por tener un clavo y una puerta para poder colgarla». Los ahorros que traía los invirtió en comprar más terrenos: el Monte de los Mancos y el Llano de Afuera, donde construyó su nueva casa (1957), que solo pudo disfrutar ocho años, pues el enfisema pulmonar que le había dado la cara, le obligó a pedirle a su cuñada Adelaida su casa del n.º 8 del barrio Las Cañas, para ver si mejoraba, pero fue inútil… A finales de noviembre del 66 moría, no sin antes sonreír porque su hijo pequeño le leía el periódico de corrido y por contemplar a su primera nieta, Dulce María.

El resto de emigrantes continuaron regresando hasta principios de los 70. Todos volvían con sus ahorros, para levantar las maltrechas economías familiares. Donato, que trabajó repartiendo pescado con un carrito por las calles y se alojaba en la frutería de la avenida Monte Piedad a cambio de limpiarles el local, regresó a su casa del Llano de la Peña. Sixto también regresó a Redondo, después de una doble estancia en Caracas trabajando de cocinero, primero en Punto Fijo y, después, en el bar-restaurante de Dionisio. Sus ahorros le permitieron hacer reformas en la casa y montar en ella la primera venta de Redondo, que atendían sus hijas Chicha y Nieves.

Y el núcleo de Buen Paso y Santa Cruz, además de comprar solares para hacerse su propia casa, invirtió los ahorros en actividades inmobiliarias, financieras y del sector servicios (restauración, paradas de taxis…). Algunos prefirieron comprar pisos en Santa Cruz y se pusieron a trabajar por cuenta ajena, como Generoso (fábrica de café Carioca) y Yayo (celador del hospital psiquiátrico). Joselillo y Yayo fueron los últimos en retornar.

En los años 70 y principios de los 80 hubo algunas migraciones más de valerios redondeños, pero hacia otros destinos. Así nos encontramos con la del marido de Chicha (Mariano), que de soltero había estado en Palma de Mallorca y, una vez casado (1973), emigró a Holanda, donde trabajó en una fábrica de acero, coincidiendo allí con Lilo González, el único descendiente marzoleño que emigró al extranjero. Chicha no le acompañó, pero mientras él iba y venía nacieron sus tres primeros hijos (Inmaculada y los varones, Ismael y Sixto, que han terminado haciendo carrera sacerdotal) y se encargó de controlar, desde la casa de sus suegros, las obras de la futura casa familiar en el Llanito Perera, donde sigue viviendo actualmente. Su hermana Mercedes sí acompañó, con sus tres hijas pequeñas, a su marido Manuel, de 1979 a 1985, en el Reino Unido, donde trabajaron junto a italianos en invernaderos de pepinos y tomates.

No se puede pasar por alto la migración interior de algunos valerios redondeños, a partir del desarrollo turístico en el sur de Tenerife, donde han terminado realizando sus proyectos de vida los hermanos Feliciano y Nieves, hijos de Sixto y Carmen, y Angelito, hijo de Donato.

Finalmente, comentar la curiosa emigración extemporánea de Clemente, que a pesar de su carrera eclesiástica exitosa como consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad y canónigo de la catedral de La Laguna, emigró a principios de los 80 a Caracas, tal vez empujado por la tradición migratoria valeria o, quizás, atraído por el calor familiar de sus hermanastros Mundo y Luis -el único de todos los valerios emigrantes, que no regresó a Tenerife-, pero se vio obligado a retornar, hace unos veinte años, por problemas de salud.

En definitiva, la emigración exterior fue sin duda la gran alternativa al aislacionismo que se respiraba en Redondo -y en Canarias en general- durante la dictadura franquista. Una tragedia con rostro alegre, pues terminó beneficiando a todos los que nacimos o procedemos del lugar. Es verdad que la cuarta generación, a la cual le tocó vivir la guerra civil, demostró una complicidad irreflexiva con los que la provocaron y con la ideología conservadora que impusieron como bando ganador, limitándose a hacer de mera correa de transmisión a nuestra generación, la quinta, pero los valerios de ambas generaciones que he comentado que emigraron a la rica Venezuela, a finales de los 50 y durante toda la década de los 60 y, posteriormente, a otros países europeos, aunque no llegaron a asimilar la nueva realidad política y cultural que estaban viviendo, la prosperidad que experimentaron y nos trajeron nos hizo presentir a todos que otra Canarias era posible.

A partir de ahí, todo nos ha venido dado… Si la quinta generación de valerios redondeños solo pudimos conseguir tres titulaciones universitarias -«Clemente» (sacerdote), «Mary» y «Servando»- frente a los cinco de los marzoleños -«Lola», «Juan Jesús», «Baltasar», «Belén» y «Carmen María»-, la profunda transformación que ha supuesto la recuperación de la democracia, sobre todo con la generalización de la educación pública obligatoria -asentada en los principios de libertad, tolerancia y desarrollo del espíritu crítico-, aunque me faltan los datos, creo que ha hecho de la sexta y séptima generaciones de valerios una gente académica y profesionalmente competente en muchos campos y, a pesar de que el conservadurismo silente continúa, espero y deseo que hayamos aprendido de nuestra historia y no termine sumándose a las tendencias autoritarias, xenófobas y homófobas de moda.

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