Artículo de opinión de Oscar Izquierdo, presidente de FEPECO
Con la pandemia del COVID-19 llegó de sopetón, es decir, pronta e impensadamente, de improviso, el llamado teletrabajo, realizado desde un lugar fuera de la empresa utilizando las redes de telecomunicación para cumplir con las cargas laborales asignadas. Se introdujo tanto en la iniciativa privada como en la Administración Pública. No es malo en sí mismo, es novedoso, se estaba implantando paulatinamente con cierto control hasta ese momento, pero debido a las circunstancias excepcionales de la epidemia hubo que imponerlo forzosamente, de manera inmediata, sin estar preparados y menos acostumbrados. En la esfera pública, sin control alguno sobre la productividad y ninguna medida verificable de la labor realizada desde casa y en la empresa privada, manteniendo una comprobación y registro diario del mismo.
Para algunos significó el comienzo de un verdadero calvario, porque su responsabilidad personal y profesional les exigía ir presencialmente a su puesto de trabajo a cumplir con sus deberes correspondientes. Para otros, ha sido la panacea para tomarse su profesión en particular y la vida en general, de forma calmosa, sin ansiedad, ni preocupación alguna, sabiendo, en el caso del empleado público, en muchos casos, no todos, que al no existir medidas constatables de lo que hace, pues tramita lo que quiere, cuando pueda o se tenga ganas, porque siempre tiene asegurado el sueldo a final de mes, haga o no haga.
La evolución positiva de la enfermedad fue propiciando la reincorporación de la mayoría de las personas a sus centros de trabajo, volviendo al calendario laboral normalizado y al horario de trabajo habitual. Era y es lo más lógico. Pero he aquí, que los descubridores del teletrabajo como el escaqueo habitual, es decir, eludiendo la tarea u obligación propia de su faena, encontraron un filón para escaparse literalmente de sus deberes y sustituirlos por otras actividades lúdicas, menos costosas, más relajantes y sobre todo, sin sentirse presionados por una jornada laboral cuantificable y verificable.
Repetimos, para que haya constancia cierta de lo que decimos y no salgan malas interpretaciones, ya que por estos lares hay quien saca conclusiones según le interese, algunas maliciosamente, que el teletrabajo es una nueva forma de laborar que ha venido para quedarse definitivamente, siendo aceptable y efectiva, cuando es demostrable, comprobable, constatable. De no ser así, es una verdadero engaño o farsa, no sólo para quien se trabaja, sea en la iniciativa privada o pública, sino también, para los propios compañeros que, si cumplen ordinariamente con sus deberes de manera presencial, obligándoles a asumir mayor carga de trabajo, que es precisamente la que no se ejecuta desde el sofá, sillón o silla ergonómica delante del ordenador casero. Nunca hay que olvidar que lo mejor del trabajo en equipo, para que salga todo bien, es que siempre tienes a alguien al lado.
En Canarias, sufrimos una verdadera y trágica emergencia habitacional, donde no se está dando respuesta a la demanda de vivienda existente por parte de las personas o núcleos familiares que atraviesan por situaciones socioeconómicas complejas, agudizadas por unas condiciones de alojamiento precarias que necesitan una respuesta urgente. Ante esta situación, sería del todo necesario, la urgente incorporación física de todos aquellos funcionarios que están adscritos a las oficinas técnicas municipales o gerencias de urbanismo, a sus puestos de trabajo en sus respectivos edificios u oficinas públicas, para atender personalmente las incidencias que se producen, por cierto, con mucha frecuencia en dichos departamentos. Ante situaciones perentorias hay que dar la cara y no ser cobardes, escondiéndose detrás de una pantalla. Nunca se ha visto a un bombero forestal apagando un fuego en nuestros montes con un ordenador sentado en el sofá de su casa.