Lejos de buscar llenar grandes salas, el Festival Internacional del Cuento de Los Silos lleva en su ADN la caracterización por las sesiones íntimas. Las propias características del pueblo, sin grandes teatros donde concentrar a miles de personas, convierten al Festival en un marco incomparable para contar cuentos en patios, zaguanes o habitaciones de vecinos particulares. También, en callejones, esquinas de plazas o, como este año, en la emblemática caseta del telégrafo.
Ernesto Rodríguez Abad no conoce otro lugar donde se realicen estas sesiones. El director del Festival sonríe al recordar cómo este otoño, en el II Encuentro Cultura y Ciudadanía de Madrid, donde los cuentos de Los Silos estuvieron presentes, se habló del microteatro como una novedad. “Nosotros lo llevamos haciendo desde hace años. Es otra manera de acercarte al artista, que además habla de una forma distinta a cuando lo hace para el gran público”, apunta el director.
En los tresillos de cuentos, grupos de 3 o 4 personas acuden al salón de las casas cedidas por los vecinos de Los Silos para escuchar los relatos de los narradores invitados al Festival. Rodríguez Abad recuerda de forma especial la sesión con María Teresa Andruetto, donde los espectadores “acabaron contándole los problemas de sus hijos al leer y debatiendo sobre literatura”. “¿Cuándo tienes la oportunidad de hacer eso con una premio Andersen, el equivalente al Nobel de literatura juvenil?”, se pregunta.
La experiencia pionera surgió con los patios encuentados, también, en las viviendas de silenses que desean cada año colaborar con el Festival. Es lo que les ocurre a Pedro José Báez y su esposa, Deli Díaz. Este año su patio acogerá hasta tres actuaciones distintas. “Es una experiencia que nos ilusiona, porque nuestro patio cobra vida e incluso nosotros nos asombramos”, indica Deli. Este matrimonio prepara cada edición distintos aperitivos para agasajar tras el espectáculo a niños y padres. “Siempre nos quedamos con un buen recuerdo, porque el público se lo pasa bien y se encuentran a gusto en casa”, concluye esta vecina.
Otra silense, como Rosi Villa, llevan varios años cediendo el zaguán de su casa para acoger microsesiones, “con la ilusión renovada cada año”. En esta edición, los zaguanes pasan a ser estancias de cuentos, pero el ambiente y el escenario es el mismo. “Es un espacio propicio para escuchar la palabra que, conjugada con la música, es increíble”, apostilla. El público, al que también ofrece dulces alusivos a la temática del Festival, le comenta que Los Silos parece durante esos días “un pueblo de muñecas, curioso y amable”. “Abrir tu casa para que entre gente que no conoces y luego te agradezcan tu implicación es una sensación maravillosa.”
Coincide con ella Vanessa Yanes, que presta su casa generalmente para los patios encuentados, aunque también en alguna ocasión ha acogido los espectáculos de los zaguanes, donde el vínculo entre narración y música admite que es asombroso. “No es muy común hoy en día abrir literalmente la puerta de tu casa a gente que no conoces, por lo que ellos se quedan asombrados y encantados de que en Los Silos se pueda hacer”, señala. “A nosotros nos gusta siempre colaborar en lo que se pueda con el Festival y nos encanta que cuenten con nosotros para acoger en el patio sesiones de cuentos.