Artículo obituario de Salvador García
Vamos a decirlo desde el principio, sin que suene a disculpa: este es un cometido difícil, algo enrevesado, tal como confesamos en septiembre de 2019, cuando le concedieron a Jerónimo Saavedra Acevedo, exministro y expresidente de Canarias, el ‘Drago de Honor’ del CIT de Icod.
Muchos de ustedes lo deducirán fácilmente: hemos trabajado codo a codo durante muchos años con él, hasta en tres administraciones diferentes; hemos sido leales colaboradores; hemos compartido afanes y causas, alegrías y sinsabores, amarguras y éxitos de los que, por su propia recomendación, no se podía hacer ostentosidad; hemos sido portavoces de sus posiciones políticas e institucionales; hemos estado a su lado en convocatorias públicas de muy diversa índole y en trances de emociones; hemos escrito discursos, hemos preparado debates y hemos supervisado apariciones en tantos y tantos foros… Como se comprenderá, después de haber estado en ese papel, o en esos papeles, desde los tiempos de la Comisión Ejecutiva Regional del PSOE y de los comités Federal y Regional, que compartimos, después de haber profesado una leal amistad, escribir ahora de quien nos ha encomendado tareas de responsabilidad pública se antoja complicado.
Será difícil eludir la subjetividad, pero la de hoy parece una ocasión adecuada para decir lo que manifestamos en cierta ocasión, después de una alcaldía ya sin censura: Jerónimo, gracias por las enseñanzas de todo este tiempo, gracias por tu magisterio que también te reconocieron aquella noche icodense, en el lugar donde el inmenso poeta gomero Pedro García Cabrera plasmó en verso las cicatrices resistentes e inigualables del árbol mágico, la calidad de los viñedos, los afanes populares derivados de las migraciones, las añoranzas incólumes y los dones paisajísticos.
Han sido tantos los episodios que compartimos. Le vimos llorar, junto a Augusto Brito, en la sede del antiguo Gobierno Civil de Santa Cruz de Tenerife, cuando subían el féretro con los restos del malogrado Paco Afonso tras el cruel incendio de La Gomera, septiembre 1984. También lloró (un suponer) cuando le dimos personalmente la noticia del accidente mortal de César Manrique y se retiró sin pronunciar palabra a una dependencia del palacete de San Bernardo, donde seguía reunido el Consejo de gobierno. La primera representación de ópera de nuestra vida fue a su lado, en Savolinna (Finlandia), para seguir ‘Lady Macbeth’, de William Shakespeare. ¡Cómo le encantaba explicar la trama de la obra! Y de otros clásicos del género. En el estadio ‘Ramón Sánchez Pizjuán, de Sevilla, presenciamos el primer partido de Jorge Valdano en el banquillo del Real Madrid que a los quince segundos ya ganaba 0-1 gracias a la cabeza de Iván Zamorano. En Bruselas, tremendo abrazo con Manuel Marín, presidente de la Comisión Europea (CE), en la sede del Parlamento de Europa, para tratar asuntos canarios, pero, sobre todo, para conocer las interioridades del programa ‘Erasmus’. Aquella mañana en que una llamada de Tano Navarro a la vivienda de Vistabella anticipaba la censura de Hermoso unos pocos días después. O la aciaga noche electoral, cuando dejó de ser alcalde de la capital grancanaria. Aquel pregón carnavalero en el parque Santa Catalina, magistral y atrevida interpretación de Paco Montesdeoca. El ejercicio de ordenar y regular las visitas de delegados y portavoces en el último congreso de los socialistas canarios que acudían a formular sus peticiones postreras. La jornada en la que, después de no pocos esfuerzos, fue posible conectar telefónicamente con Fernando Fernández, a punto de perder una cuestión de confianza. O cuando pregonó las Fiestas de Julio portuenses y advirtió el riesgo de que se convirtieran en una suerte de sota, caballo y rey. Cuando personalmente dio indicaciones para que los ediles no entregasen premios tras la gala de clausura del Festival Internacional de Cine…
En fin, tantas convocatorias y tantos episodios juntos o a su lado, que prolongarían los puntos suspensivos, aprendiendo de su temple, de su caballerosidad, de su talante siempre reconocido por afines, adversarios y periodistas.
Jerónimo Saavedra encarnó, pues, el liderazgo. Pero algo más. Sin refinamientos intelectualoides y, transido de las necesidades que la sociedad canaria experimentaba, fue consciente de que el sector turístico, por ejemplo, tenía y habría de tener un peso mayor en la productividad económica interior. Algunos hechos ponen de relieve su sensibilidad hacia el turismo, con sus análisis socio económicos, pero también estimulando la acción promocional en el exterior con tal de captar mercados emisores y adelantarse a otros receptivos cuya emergencia se vislumbraba.
Al Saavedra de sensibilidad turística hay que atribuirle su empeño en la formación. Porque nos acercábamos a Europa y para cuando se consumara la integración, sabíamos que la competencia y la competitividad iban a ser exigencias destacadas.
Y no solo eso: fue cuando se empezó a hablar de revisar los planes de estudio para introducir materias específicas y de abrir centros de formación accesibles. Hacer del turismo, desde tales núcleos y desde muy diversas iniciativas, una asignatura atrayente que permitiera contrastar su importancia en la economía y el desarrollo de la sociedad canaria era el objetivo.
O sea, que el turismo no le fue ajeno entonces ni lo resultó en cometidos y responsabilidades públicas posteriores, como en su segunda presidencia de Canarias, desde la que incentivó actuaciones promocionales relevantes y simbólicas que colocaron el nombre de las islas en destacados escaparates ya caracterizados por la enorme competencia desatada en los mercados.
Se nos ha ido con un bagaje repleto después de haber sido diputado, senador, dos veces presidente de Canarias, dos veces ministro, alcalde de su ciudad natal, Las Palmas de Gran Canaria, y Diputado del Común. Melómano, mozartiano, fundador del Festival Internacional de Música de Canarias, lector infatigable, conocedor de los entresijos de la ópera y, en algunas ocasiones, crítico musical.
A su lado, les aseguramos, aprendimos muchísimo. Y en ocasiones como aquella de Icod de los Vinos, y esta de la despedida, hay que agradecerlo. Porque, como el Drago, resistió. Por eso, le concedieron el honor de su copa, de sus raíces y de su ramaje. Y porque con el poeta, es un hidalgo de sus cepas. En las páginas de la historia de Canarias, desde luego, ocupa un lugar sobresaliente ganado a pulso.