La joven escritora icodense Andrea Abreu López, autora de ‘Panza de burro’, uno de los libros más leídos y demandados del presente año, recibió el pasado sábado el galardón ‘Cepa de Honor’, instituido por el Centro de Iniciativas y Turismo (CIT) de Icod de los Vinos, en el curso de un acto que tuvo lugar en el Teatro Cine Municipal.
El presidente de la entidad, Antonio G. Fleytas, y el alcalde de la ciudad, Francis González, entregaron el galardón, obra del artista icodense Javier Huerta. Al acto, presentado por Miguel Ángel González Suárez, presidente del CIT de Santa Cruz de Tenerife, asistió la directora general de Relaciones Institucionales de la vicepresidencia del Gobierno de Canarias, Carmen Nieves Gaspar Rivero. La parte musical estuvo a cargo de José Luis León, al arpa.
Andrea Abreu agradeció emocionada la distinción que recibía con parecido lenguaje al utilizado en su obra. Evocó su infancia y las vivencias acumuladas, especialmente en la víspera de San Andrés, cuando compartió las tablas de Icod, así como el descorche de vinos.
Abreu hizo una intervención intimista y puso a prueba su propia sensibilidad para brindar a los asistentes otra buena dosis de su quehacer literario, sustanciado en la sencillez y la armonía de sus textos. Hizo gala de la oralidad que también los caracteriza.
El presidente de la Asociación de Periodistas de Tenerife (APT), Salvador García Llanos, tuvo a su cargo la glosa de la galardonada, desglosada en una pieza que tituló “La revelación de una escritura”. Este es el texto completo del periodista portuense:
“Cada libro, cada volumen que ves aquí, tiene un alma. El alma de la persona que lo escribió y de aquellos que lo leyeron, vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien baja sus ojos a las páginas, su espíritu crece y se fortalece”. Son palabras del escritor español Carlos Ruiz Zafón en ‘La sombra del viento’ para referirse a la inmensidad de los libros y lo apasionados que son los escritores cuando dan vida a sus relatos.
Tenemos la intuición de que Andrea Abreu, la autora de ‘Panza de burro’ (Barrett 2020), las interpretaría al pie de la letra a tenor de lo que ha ocurrido con su primera novela y el singular éxito cosechado. El alma de esta icodense que esta noche va a recibir el tributo de su pueblo en forma de “Cepa de honor”, el galardón instituido por el Centro de Iniciativas y Turismo de la localidad, bulle con la certeza de sentirse respaldada pues cientos, miles de lectores, han bajado sus ojos a las páginas de su primera novela, una rareza en el mejor sentido de la palabra, pero un éxito editorial indiscutible, un fenómeno de las letras canarias más recientes.
Hoy siente el calor de su pueblo que tan bien sienta en invierno. ‘Panza de burro’, que comienza con un guiño en la mismísima portada pues Sabina Urraca se siente Editora por un día, que da título a la colección en la que está encuadrada, es, sin duda, uno de los libros del año cuyo fin anhelamos siquiera como auto de fe para que lleve todos los males que hemos padecido. Dice Urraca que “la escritura de Abreu es inteligente y salvaje, con un gran pulso poético y sin miedo. Hasta el momento había publicado el poemario Mujer sin párpados (Versátiles, 2017), el fanzine Primavera que sangra (2017, reeditado en 2020 por Demipage) y algunos textos literarios en antologías. Como narradora, en 2019, ganó el accésit del XXXI Premio Ana María Matute de narrativa de mujeres con su relato ‘Los movimientos de las plantas’. Aunque Urraca, por cierto, nació en el País Vasco, comparte con la autora de esta obra una infancia que discurrió en las islas Canarias, el espacio en el que se desarrolla la historia.
Estamos, pues, ante una mujer nacida para la escritura, para narrar después de imaginar, explorar y retrotraerse a su pasado, a su propia experiencia vitalista. A saber lo que nos depara su futuro, los géneros que incursionará y los personajes y los territorios por donde los hará discurrir. El porvenir, en cualquier caso, es prometedor a la vista de esta primera cosecha, tan granada, y de las cualidades que acredita.
Andrea Abreu ha hecho efectiva aquella frase tan manida en aquella España que tardaba en despertar y que multiplicaba sus ecos en los ambientes literarios y creativos: “Éxito de crítica y público”, se decía cuando no había redes sociales y cuando cada estreno, cada novedad editorial costaba –con permiso del autor de la frase- sangre, sudor y lágrimas.
A la autora le ha bastado revivir y aderezar su infancia y adolescencia, plasmar los ambientes de su barrio y de su entorno para dar forma a una novela de la que gusta hasta el lenguaje empleado, aquellas expresiones –si quiere poco academicistas- que, por ser inherentes al pueblo y al costumbrismo, terminan siendo aceptadas porque encajan y porque hacen más comprensible la historia de Shit e Isora, las protagonistas de la obra. Igual hasta despejan la bruma.
La crítica, salvo algunos sectores seguramente asombrados o en fuera de juego por la temática escogida y su afán rompedor, ha coincidido en señalar que ‘Panza de burro’ va más allá de ciertos convencionalismos. Se trata, como hemos leído, de una novela original, diferente y con voz propia. Lo más singular es la manera en la que Abreu traslada la oralidad a la escritura, sirviéndose de palabras y expresiones locales y rompiendo hasta con las normas ortográficas. Pero ‘Panza de burro’ es mucho más. Es una obra extraña, natural, sucia, divertida, oscura, triste, incómoda… Todo cabe en esta historia que comienza explotándote la cabeza y termina pellizcándote el alma.
El orotavense Nicolás Dorta, otro de los grandes nombres de esta nueva e ilusionante ola de las letras canarias, tan marcada por la juventud de quienes se han subido a ella por méritos propios, confiesa que, al enhebrar una interpretación del libro de Andrea Abreu, ha querido ”Escribir como hablo, como pronuncio, sin diferencias entre la palabra dicha y la que veo en la pantalla, pero no me sale, porque eso solo lo pueden hacer los que escriben construsión, güerta, pollaboba, fortasé, sangüi, cagalera, trompada, cachorrona, chafalmeja o hiperdino, sin que su literatura pierda un ápice de fuerza, belleza y verdad. Abreu escribe sin papel transparente, sin forro, encadenando frases y expresiones, hilvanando una historia que esconde una trama oculta, paralela, al acecho, como el vulcán.
Sostiene Dorta que “la artífice de ‘Panza de burro’ hace del feísmo canario un recurso poético que se traslada al lenguaje, con la cautela de no caer en excesos que podrían desmerecer el texto”. Nos parece que sublima con exactitud los valores literarios descriptivos de nuestros rasgos, de nuestra personalidad y de la condición humana del insular, con permiso de Pérez Minik, que el CIT icodense ha querido distinguir con el galardón que le entrega esta noche.
Otra escritora tinerfeña, premio Canarias de Literatura, Cecilia Domínguez Luis, le da la bienvenida y subraya que “Memoria y lenguaje son los pilares sobre los que Andrea Abreu construye su novela”, en la que su autora, añade, “vuelca sus arraigos y desarraigos”, allí donde se concatenan [un pueblo] “de calles empinadas de huertas, cuevas y barrancos, con el mar a lo lejos, invitador”. En efecto, tal como escribe Domínguez, la obra es también la historia de un pueblo, con sus prejuicios y su intolerancia, con su maledicencia, pero también con su solidaridad en momentos difíciles.
La novela, por lo que se ve, no ha dejado indiferentes a sus lectores y a sus críticos. Los testimonios seleccionados son una prueba clara, a la que añadimos el de Naima Pérez, cuando revela “quizá no sea la historia en sí, sino la forma en que está contada” , lo que ha reclamado su atención. “Una –escribe Naima-, que siempre ha sido bastante defensora de la norma ortográfica y hasta del academicismo a ultranza, se ha quedado con la boca abierta al comprobar en esa ‘Panza de burro’ cómo Andrea Abreu usa el lenguaje escrito con una inmensa carga de oralidad −a veces hasta excesiva−, pero con la que es capaz de transmitir a la perfección el significado y el sentido de lo que habría dicho si se hubiera ceñido a esa norma. Norma que, por cierto, conoce a la perfección, pero que se permite eludir para arrojar mayor autenticidad a su relato”.
No estamos, pues, ante una promesa de la escritura sino ante una autora a la que quedan, eso sí, muchos obstáculos que saltar y muchas páginas brillantes por escribir.
Para eso se lleva el ánimo de los suyos y la “Cepa de honor” que simboliza la calidad distintiva del topónimo de localidad y de uno de sus productos naturales por excelencia, precisamente en vísperas de una apertura de bodegas que, en esta ocasión, no está cargada de ruido de tablas ni de cacharros que se deslizan por otras empinadas cuestas, pero sí de aprecio e identificación de los lugareños que encuentran en las páginas de ‘Panza de burro’ la gratificante esencia de una escritura cautivadora que ojalá se prolongue con el mismo éxito que ‘Panza de burro’. Recordemos el aserto de Ruiz Zafón: “El espíritu crece y se fortalece”. Y brindaremos por ti, Andrea, ¡Enhorabuena!”.
Fotografías realizadas por Paulino Díaz