Discutir por discutir

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No es la primera vez que decimos que Tenerife es una isla donde se pone en cuestión absolutamente todo, aunque sea bueno para su crecimiento económico o desarrollo social.

Impera un frentismo galopante, que cuidado, tampoco es exclusivo, porque se extiende, aunque en menor medida, por todo el Archipiélago Canario. Llegar a escuchar a los que tienen otra opinión sobre el tema que sea, ya es un verdadero milagro y pasar el siguiente paso, que es dialogar, se convierte en una verdadera quimera, que hace imposible conseguir el acuerdo preciso o llegar al consenso necesario. Lo que consigue con estas actitudes nocivas, es precisamente que no salga nada adelante, que no haya ejecución de lo que se tenga que hacer, ni por supuesto avance alguno. Algunos están instalados en esa dialéctica permanente, que adrede provoca la controversia persistente, con el único objetivo, porque ya los tenemos calados, de que todo se retrase por tiempo indefinido, se posponga sin perspectivas o no se haga. Son los ya famosos noistas, pocos, revoltosos y ruidosos, con olor a rancio, posturas trasnochadas e ideológicas antediluvianas, además populistas fracasos y activistas folclóricos.

El escritor ruso León Tolstoi, que en sus obras planteaba con frecuencia ese ambiente de batalla continuadamente retórica e ininterrumpida, comentó en uno de sus famosos y acertados adagios que “sucede a veces que se discute porque no se llega a comprender lo que pretende demostrar nuestro interlocutor”. Por lo que sacamos la conclusión, pensamos más que evidente, que falta la virtud de la escucha, en el sentido de dar oídos, atender a un aviso, consejo, sugerencia o también, aplicar el oído para oír algo, porque si no es así, se convierte en el origen que provoca la contradicción. Tenemos que ser más escuchadores, perder el tiempo en atender al que nos habla, que es precisamente la paradoja de ganarlo.

Se trata de ver o entender al otro como el adversario, es decir, como la persona contraria o enemiga. De ahí se sigue al escalón superior de considerarlo un contrincante, que subiendo la misma escalera se convierte en antagonista, con la ojeriza de verlo como un competidor, que puede convertirse en un rival peligroso para sus intereses. Partiendo siempre de estas premisas, que es lo que nos pasa continuamente en nuestra isla, es imposible llegar a la amistad, que no tiene que ser forzada, pero si buscada, porque las alianzas son provechosas, ya que significan aunar esfuerzos y fuerzas que posibilitan conseguir objetivos que incluso parecen imposibles.

Debatir, entendido como altercar, contender, discutir, disputar sobre algo, no es malo en sí mismo, si desde el principio se tiene la conciencia y sobre todo, la convicción de que al final, sí o sí, hay que llegar al pacto o convenio oportuno y más beneficioso para el conjunto ciudadano. Es aquí donde entra a formar parte la política, como el ejercicio de una de las actividades más dignas que puede hacer el hombre si la convierte en servicio publico y no en mero trabajo profesional, son los famosos sueldólogos, que están para obtener una remuneración económica, más las prebendas que conlleva el cargo correspondiente, sólo en provecho personal. Después tenemos a los técnicos o profesionales de distintas ocupaciones, donde sus egos, vanaglorias y soberbias, superan con creces la altura de El Teide y claro, si no salen adelante sus propuestas, proyectos o ideas, se convierten en los más encarnizados adversarios de sus propios compañeros de profesión, que se han atrevido a divergir de lo que ellos, en su megalomanía presentan como lo único bueno o aceptable. Son incorregibles y perjudiciales.   

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