Artículo de opinión de Oscar Izquierdo, presidente de FEPECO
El sistema productivo en occidente está empezando a notar un agotamiento evidente, que viene dado por razones exógenas, así como estructurales e intrínsecas, que los economistas, están analizando concienzudamente. La realidad política internacional es aterradora, con las guerras en Ucrania, Israel o en la zona del Sáhel, en el norte del continente africano. Viendo las imágenes de dichos conflictos, parece que la civilización camina para detrás, retrocediendo en el progreso humano. Se ha perdido la sensibilidad, tampoco se pone en valor la caridad, ha desaparecido la compasión, además, de olvidarse de la benevolencia, que lleva implícito el altruismo, más la afabilidad.
Pero hay que seguir viviendo, bregando, es decir, luchando con los riesgos, trabajos o dificultades para superarlos. Perseverando, que acarrea mantenerse constante en la prosecución de lo comenzado, en una actitud o determinada, sin desfallecer, para durar largo tiempo. Los empresarios y empresarias tenemos ese gen de la supervivencia, que nos hace fuertes ante las dificultades o problemas a los que nos tenemos que enfrentar diariamente, incluso, contra los que deberían ser ayudadores, como los políticos, en su calidad de ejercitar una función de servicio público o las distintas administraciones públicas, que, en contra de toda explicación racional son, por el contrario, verdaderamente estorbadores y paralizadoras.
Todos los sectores económicos, necesitamos personal especializado, formado y capacitado. También en la construcción, donde tenemos obras sin comenzar, otras ralentizadas en su ejecución y proyectos que no pueden definirse, por la escasez o inexistencia del personal requerido. No lo encontramos.
Al igual que en el conjunto de la Unión Europea, donde hay un peligroso envejecimiento de la población, reflejada en su pirámide poblacional, esto se puede ver, a través de diferentes indicadores estadísticos, como el de la edad media, que está alrededor de 44 años, en todo el Continente. También, en nuestro sector, pasa lo mismo, está invertida, podríamos definirlo como una mano de obra, caracterizada por la senectud y decrepitud, a lo que hay que sumar, el escaso interés de muchos jóvenes, por incorporarse al mercado laboral. No se está cubriendo, ni en Canarias, ni en el resto del Estado, la tasa de reposición generacional. Los menores de 29 años suponen sólo el 9% y en cambio, los trabajadores entre 30 y 59 años llegan a representar el 83%.
La explicación a esta nebulosa, en su acepción de difícil comprensión, no viene dado sólo por la imagen negativa, que siempre ha sido un tópico, malintencionado, sobre la construcción que, por cierto, hay que decirlo alto y claro, no se corresponde con la realidad, porque ha cambiado a mejor cualitativamente, con una modernización envidiable. Superando los estereotipos y haciéndolo atractivo, como verdaderamente lo es, donde los jóvenes y las mujeres, aseguran un presente y futuro, personal o profesional, solvente y acreditado. Siete de cada diez personas ocupadas en la construcción, trabajan a pie de obra y casi una de cada diez son mujeres.
Pero hay otras variables que pueden explicar mejor el escaso interés de los jóvenes para trabajar en la construcción, fuera del aspecto meramente economicista que, a decir verdad, también es erróneo, ante la matraquilla o insistencia molesta en el tema de que se cobra poco y mal, porque las tablas salariales del Convenio de la construcción, empíricamente, reflejan unas condiciones muy buenas, aceptables y francamente atractivas. A lo mejor, tendríamos que fijarnos en la sociedad del mínimo esfuerzo, a la que el sociólogo Zygmunt Bauman calificó de “modernidad liquida” o a la generación de los “nini”, ni estudia, ni trabaja o peor aún, a la paguita o subvención del Estado, que siempre da votos, pero hace una sociedad fofa.