Según datos recientes de un estudio elaborado por el Observatorio Social de La Caixa casi la mitad de los jóvenes entre 16 y 32 años reconoce padecer malestar emocional, mientras, solo la mitad de estos recurren a profesionales para solucionarlos. En este sentido, el Colegio Oficial de Psicología de Santa Cruz de Tenerife (COP) recuerda la importancia de enseñar a pedir ayuda y, especialmente, de no sobreproteger y educar con responsabilidad y gestión emocional.
La psicóloga colegiada y secretaria de la junta del Colegio Oficial de Psicología de Santa Cruz de Tenerife, Tamara Cabrera, considera que “en un primer momento achacamos el incremento imparable de los síntomas y trastornos mentales de la población juvenil a la pandemia y el impacto que tuvo en sus vidas. Sin embargo, se han mantenido situaciones que están más relacionadas con la educación familiar, el entorno escolar y el uso de las redes sociales que con los posibles problemas derivados de la pandemia”.
“Si bien es verdad que cada vez hemos normalizado más el pedir ayuda, no todo el mundo es capaz de hacerlo o sabe cómo hacerlo. Por otro lado, existe también una parte de la población que esta normalización la extrapola a la creencia de que todo puede ser un trastorno mental y hay que recalcar que hay situaciones de la vida que ocurren y que podemos sentirnos tristes, sin ganas o nerviosos en algunas situaciones sin que esto sea patológico”, añade.
En cuanto al origen de estos trastornos, Cabrera señala la educación recibida por parte de los padres como el primer factor determinante. “La frustración se educa. Si yo educo dando todo, incluso antes de que se pida, no enseño a saber diferenciar qué se necesita de verdad, porque todo me viene dado. Por lo tanto, cuando llegue el momento en el que mi hijo quiera algo y no lo tenga, no va a tener herramientas para soportarlo ya que no ha aprendido estrategias para lidiar con la frustración o para aprender a esperar a que las cosas se den o luchar por ellas”.
Además, añade “actualmente estamos en un momento social difícil a muchos niveles, así que esa frustración se acusa. Las notas medias excesivas para acceder a las carreras universitarias, la escasa oferta laboral, los altos precios para independizarse, etc. Todo esto influye en que cuando estas generaciones deben adaptarse a estos cambios les cueste avanzar, ya que esta realidad no corresponde con la que venían viviendo. Algo que no solo afecta al ámbito profesional-laboral, sino también al de las relaciones emocionales”.
“Las redes sociales hacen flaco favor a la convivencia con la frustración. En ellas se publica parte de lo que la personas es o vive, una parte que no es cien por cien real y en la que siempre se muestra únicamente lo positivo, dejando de fomentar muchas veces el pensamiento crítico y motivando a las comparaciones y a que se quiera vivir determinadas ocasiones de una manera concreta. Algo que, si no se cumple, termina frustrando”, señala.
Como recomendación, Cabrera destaca que lo más importante es educar en el acompañamiento, guiar a los niños y jóvenes en cada etapa evolutiva enseñándoles a asumir responsabilidades, a implicarse en la toma de decisiones, motivando la capacidad para elegir e insistirles en que si las cosas no resultan como se quieren hay que aprender a desarrollar otra forma de conseguirlas o en ocasiones asumir que no todo puede darse de esa manera y buscar otras alternativas.