Artículo de opinión de Oscar Izquierdo, presidente de FEPECO
El título de este artículo llevará a la memoria, sobre todo, a los amantes de la literatura, el libro del novelista ruso León Tolstói, un clásico significado internacionalmente, que cuando se tenga la oportunidad y sobre todo, tiempo suficiente, sería recomendable leer. El argumento se desarrolla principalmente durante la invasión napoleónica de Rusia, donde entreteje la historia de cuatro familias. Pero no vamos a detenernos en un comentario del texto, sólo nos sirve de introducción para ponernos en la actualidad y verificar que estamos viviendo, a nivel global, tiempos muy convulsos, excitados, con nerviosismo o impaciencia, ya que por doquier hay disturbios por los más variados motivos, revueltas contantes, tumultos agresivos, así como un alboroto general. Además de guerras sangrantes, terribles, desgarradoras. Hay una agitación violenta que trastorna la normalidad de la vida cotidiana en muchos lugares, en todos los continentes.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha significado la vuelta de la guerra en el corazón de Europa. La estamos viendo, con el corazón encogido, a través de las imágenes que nos llegan diariamente, cada cual más espeluznante. Parece mentira, aunque es verdad, que a estas alturas de la historia todavía se repitan acontecimientos que parecían superados en occidente. Además, ahora se ha vuelto a abrir la eterna disputa en el Próximo Oriente, entre el Estado de Israel y los Palestinos, terrorismo, desplazamientos obligatorios, hambruna, falta absolutamente de todo y una espiral de violencia que en vez de aminorar cada día supera al anterior. En el Sahel, que es la zona que recorre África de este a oeste, desde el Mar Rojo hasta el Atlántico, hay conflictos armados permanentes, donde se suman sequias aniquiladoras de la vida, junto a la expansión del yihadismo, que lleva implícito muerte y terror. La guerra civil en Yemen desde hace una década, con los huties como protagonistas, al más estilo pirata, se extrapola al Mar Rojo, donde intensifican sus ataques a los buques petroleros o comerciales que hacen la ruta asiática, con las consecuencias gravísimas en las exportaciones e importaciones, que tienen una repercusión negativa en la economía planetaria. En Asía, asistimos a la huida desesperada de los “rohingya”, que son un grupo étnico musulmán de Myanmar objeto de una limpieza étnica por parte de las autoridades del país, que obligó a la mayoría de sus integrantes a refugiarse en la vecina Bangladés. En Colombia hay diálogos de paz tanto con el Ejército de Liberación Nacional, ELN, como con las FRAC, Fuerzas Revolucionarias de Colombia, pero que son intermitentes los resultados que se obtienen, manteniéndose la tensión armada. Tristemente podríamos seguir enumerando conflictos, en cualquier lugar, más o menos importantes, gravosos o mortales. La guerra ha sido compañera de la humanidad en su devenir desde sus comienzos, con efectos calamitosos. Cuánta razón tenía el humanista neerlandés Erasmo de Rotterdam cuando sentenció que, “la paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa”. Cada cual puede aportar, en su ambiente, personal, familiar y social, la paz necesaria, porque es tarea de todos, que vaya expandiéndose para acabar con las barbaries que todavía existen. Si ponemos ganas, es posible, primero la escucha, después el diálogo y a continuación el acuerdo. La paz en nuestras conciencias lleva necesariamente a encontrar el atajo más rápido para evitar el conflicto. Apliquémonos a ser profesionales de la conciliación, todo se verá de otra forma más positiva, siendo más provechoso para el conjunto. No se trata de hacer grandes acciones heroicas, a lo mejor basta con lo que decía la Madre Teresa de Calcuta, “la paz comienza con una sonrisa”.