Artículo de opinión de Oscar Izquierdo, presidente de FEPECO
Se ha denominado históricamente, a grandes rasgos, “leyenda negra”, a los significados negativos, con demasiada carga propagandística que, contra España, principalmente, por escritores ingleses y holandeses, empezaron a llevar a cabo a partir del siglo XVI, para desacreditar política y de paso económicamente al Imperio español de entonces, con el fin de aminorar su prestigio e influencia internacional, proyectando imágenes negativas e infundadas desde todo punto de vista o racionalidad. Pasado el tiempo, se amplió esa nocividad a todo lo que tuviera relación con nuestro país, afectando a la integridad de ambientes, saberes o actividades, encontrando, además, áureos seguidores dentro de nuestras fronteras, que seguían y actualmente también lo hacen gustosamente, desacreditando y quitando valor a lo propio. El hispanista británico Henry Kamen, se puede decir que aclara, meridianamente la cuestión tratada, cuando dijo que «la leyenda negra es una frase para los que no quieren estudiar la historia de España».
Atreviéndonos a poner un símil, con todo cuidado y sabiendo que hay que tomarlo como una comparación atrevida, también Tenerife ha sufrido mala fama, verdaderamente intencionada, otras veces inocente y en la mayoría de los casos maliciosamente. Se ha tratado claramente de humillarla, quitándole prestigio, con el fin de robarle protagonismo autonómico, para que no pueda liderar económicamente nuestro Archipiélago. Rebajar sus expectativas de crecimiento, con toda clase de argumentación artificial, desdeñando su evidente capacidad de resistencia ante las adversidades para sobreponerse, es un quehacer recurrente, con el fin de menoscabar la estimación o lucimiento de la que puede hacer gala con toda verdad. Causar mengua, descrédito en la honra o en la fama de la isla, es la ocupación permanente de personas o entidades, tanto dentro como desde fuera, que se afanan, despiadadamente por conseguir su premeditado objetivo de que se convierta en una isla menor.
No es cierto, Tenerife tiene una potencialidad inmensa, con una solidez asegurada, siendo motora y generadora de iniciativas innovadoras, acompañada de una expendeduría constante. Está inmersa en esperanzas y sueños cumplibles, además de posibles. Comprometida con una idea, sueño y una visión de futuro, que está plantándose en el presente. Y cuando nos referimos a la isla, no estamos haciéndolo de forma abstracta, sino poniéndonos a todos, estando cada cual en el lugar que le corresponde, en una misma posición, es decir, juntos para lograr lo que beneficia al conjunto. No se trata de uniformidad, sino de unidad de criterio, para entre todos, levantar lo que han intentado hundir o mejor dicho y entendernos meridianamente, escachar.
El punto de inflexión es la reafirmación de movimiento, acompañado de un cambio, que posibilite acción inteligente para mejorar en todo. Estamos inmersos en la encrucijada de ganar al pesimismo o derrotismo. En primer lugar, tenemos que querernos, valorarnos en lo que somos y podemos llegar a alcanzar, porque estamos seguros de lograrlo. Hay que vertebrar la isla, unificarla territorialmente, humana, económica y socialmente. Nadie se puede quedar al margen de esta responsabilidad, porque todos servimos, ya que ese aporte individual es la pieza que siempre hace falta para que funcione lo que tiene que marchar.
Tenerife es fuerte, sin dudarlo lo más mínimo, pero hay que creérselo con autenticidad, porque ahí empieza el camino del hacer, de la producción, la inventiva, el mejoramiento comunitario. Vamos a multiplicar afanes, dentro de la concordia imprescindible, siendo lo suficientemente generosos para ceder, cuando sea oportuno, con el propósito de aunar. Los maximalismos, esas posiciones extremas o radicales, especialmente en política, pero que también se dan en otros entornos, son el fracaso anunciado. Aquí sólo tiene que valer la sincronía, porque lleva al triunfo.