Artículo de Opinión de Oscar Izquierdo, presidente de FEPECO
Es un tiempo de asueto, entendido como descanso o suspensión de la actividad habitual de una persona, durante un período largo o de pocos días, para hacer un alto, especialmente laboral, donde incorporar, lo que no se puede hacer durante otra época del año, como es el pleno esparcimiento, donde entra ineludiblemente la diversión, el desahogo como alivio del trabajo y el recreo para descansar, e incluso jugar en el más alto sentido de la palabra o dedicarse al ocio preferido. Sin olvidarnos de las fiestas patronales del pueblo de cada cual, donde se vuelve a la niñez de los recuerdos y vivencias infantiles.
En España, la costumbre es tomar el mes de agosto como referencia vacacional, por muchos motivos, tanto económicos, sociales, climatológicos, personales, como familiares. Estar juntos, convivir las veinticuatro horas del día que, en la mayoría de las ocasiones, en los tiempos actuales, es una novedad, que incluso llega a ser conflictiva en algunos casos, por la falta de costumbre, puede servir para volver a conocerse, apreciándose, entre todos los miembros del núcleo familiar. Los entendidos clínicos, de las distintas profesiones que se dedican a estos temas, insisten en recomendar, con insistencia y muchas veces con urgencia, que la mejor receta para aprovechar el tiempo de reposo, sin malgastarlo, es dejar apagado el teléfono móvil o meterlo en la gaveta bajo llave, con siete cerrojos e intercambiarlo por una conversación amena, la escucha atenta del otro o simplemente la compañía en un silencio compartido.
Este año es atípico, debido a la coyuntura política que ha rodeado el devenir de los meses pasados, el desasosiego presente y la evidente preocupación que hay sobre el futuro de este país, esperando la conformación de un gobierno nacional estable y con garantías de fortaleza, para acometer las dificultades que hay por delante, son considerables, sin olvidar, sumando, las que también arrastramos desde hace años, a las cuales hay que buscar salida alguna vez, porque están empantanadas y necesitan arreglos apremiantes, para mantener el orden constitucional y la separación de poderes, con el fin de seguir disfrutando de un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico, la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
Mientras tanto, los empresarios, no paramos, hacemos flotar el país, nunca mejor dicho en verano, siguiendo en lo nuestro, que es lo de todos, engendrando bienestar y calidad de vida, creando actividad económica y potenciando el empleo, que es la mejor política social que se conoce, aunque algunos, por su ideología no lo entiendan y prefieran mantener y potenciar la “paguita”, que lleva aparejada, inexcusablemente, la economía sumergida, que tanto daño hace a la sociedad en su conjunto. Pero que les revierte políticamente, con el engaño del voto cautivo. Esa es la diferencia entre la responsabilidad social corporativa de la iniciativa privada, en confrontación, con el egoísmo partidista, electoral e ideológico, de los que se autodenominan progresistas, ya que les da vergüenza, por el rechazo ciudadano y electoral que conlleva, utilizar términos como, extrema zurda, comunista, antisistema o cualquier otra denominación del espectro “siniestro”, palabra que proviene del latín “sinister”, que significa izquierda.
Los extremismos, tanto de derecha, como de izquierda, llevan al fracaso, frentismo y al fondo del barranco. Son como dice la expresión moderna, “tóxicos”. Los empresarios, como agentes sociales y por supuesto, económicos de primer orden, apelamos a la responsabilidad, que ya es hora, de los partidos políticos y sus dirigentes, para que lleguen a lograr acuerdos de gobernabilidad, que garanticen consistencia, perdurabilidad y estabilidad institucional, dentro de la moderación del centrismo gubernamental.