Fernando Díaz Medina. Cronista Oficial de Icod de los Vinos
Hace noventa años, en la tarde del sábado 28 de junio de 1930, se expresó en Icod un grandioso recibimiento al monseñor Federico Tedeschini y Serina, arzobispo titular de Lepanto y máximo responsable de la Santa Sede en Madrid, quien se encontraba en la isla después de asistir como delegado pontificio a la Coronación de la Virgen de las Nieves, en Santa Cruz de la Palma.
El insigne diplomático visitó esta ciudad de Icod de los Vinos, acompañado por el obispo de la Diócesis Nivariense, fray Albino González y Menéndez-Reygada; el secretario de la Nunciatura, monseñor Tito Crespi; el presidente de la Mancomunidad Provincial, Fernando Salázar Bethencourt, y otras distinguidas personalidades de la capital. El alcalde de Icod, Estanislao de Torres Barroso, en unión de otras autoridades, recibieron a la comitiva a la entrada del término municipal significándole la bienvenida a tan ilustre invitado.
Numeroso gentío se congregó y se le tributó un recibimiento brillantísimo en la plaza de Andrés de Lorenzo Cáceres, prodigando su presencia generales simpatías, donde las distintas congregaciones religiosas, colegios nacionales y diversos mandatarios de pueblos cercanos le saludaron gratamente. Al descender el representante de la Santa Sede por la escalinata principal de la plaza, la Banda Municipal ejecutó la Marcha Real Española, mientras el pueblo le aclamaba con delirante ovación a cuyas manifestaciones de entusiasmo correspondió monseñor Tedeschini con afectuosos saludos.
A continuación, el nuncio Apostólico, entre vítores y aplausos, seguido de la multitud se dirigió a la Matriz de San Marcos Evangelista, donde fue recibido por el arcipreste José de Ossuna y Batista, entrando Bajo Palio hasta el Altar Mayor donde se arrodilló con humildad y reverencia para orar. El templo presentaba un magnífico aspecto y parecía todavía más deslumbrante por la presencia del príncipe de la Iglesia, hallándose lleno de fieles y muy bien ordenados e iluminados los retablos como en las grandes celebraciones. Jamás se había visto reunida tanta gente.
Terminada la oración, el nuncio impartió la Bendición Papal, siendo acogida la gracia apostólica con extraordinaria solemnidad por la inmensa muchedumbre arrodillada. Como orador de expresión fácil y elegante, pronunció una elocuente y brillante salutación muy encomiástica y afectiva: “Confirmo esta bendición que os he mandado por conducto del ilustre predicador; pero esta bendición no es la de un hombre; yo no soy un turista más que pasa por los pueblos admirando las bellezas que los mismos atesoran, no; yo soy el representante del Papa Pío XI, del vicario de Jesucristo en la tierra, del Dios de la tierra, pudiéramos decir, y esa bendición que os he enviado y que ahora confirmo es la bendición del Papa que se complace en ver como los pueblos conservan el tesoro de la fe y el arraigado amor a su augusta persona”.
Seguidamente, monseñor Tedeschini dirigió una sentida y hermosa plática, llena de profundas enseñanzas y reveladora de su paternal y tierno afecto para esta ciudad hospitalaria y católica que visitaba, y de la cual dijo conocer ya por muy buenas referencias. Terminada esta ceremonia de acción de gracias, Federico Tedeschini, lleno de majestad y grandeza, contempló el célebre e histórico Drago Milenario, admirándolo y elogiándolo grandemente. Y a continuación cumplimentó en su señorial residencia a la reconocida benefactora de la Iglesia, Guadalupe del Hoyo-Solórzano, condesa de Siete Fuentes, quién por motivos de enfermedad no había podido practicar el piadoso ejercicio de la consagración antes citado, agradeciéndole tal deferencia hacia su persona.
Con motivo de esta gloriosa visita el edificio de la Sociedad Centro Icodense lucía artísticas colgaduras, ondeando el Pabellón Nacional en su fachada principal. Y en este lugar, las autoridades locales ofrecieron al nuncio un espléndido lunch, obsequiándole con hermosas fotografías del Teide, el Drago y otros pintorescos rincones de la población. Todo el acto resultó muy lucido, revestido de un atractivo especial y amenizado con escogidas obras musicales por una orquesta de cuerda bajo la dirección del maestro Tomás Calamita Manteca.
Finalizada esta velada, al salir del Centro Icodense, fue igualmente aplaudido y vitoreado por el público estacionado en la calle San Sebastián. En definitiva, se marchó sumamente encantado y complacido por todas las muestras de cariño y agasajos de que fue objeto, dejando huella en los presentes, y recordándose todavía por nuestros mayores todas las excepcionales dotes de virtud, sabiduría, prudencia y celo evangélico que adornaban la personalidad de Monseñor Tedeschini.